Ayer conocimos el positivo del campeón del mundo de ciclismo M-40, un nuevo caso de dopaje en el deporte amateur… ¿Qué está pasando?
Si el panorama deportivo actual tiene una destacada mancha, ésa es, sin duda, la que deja el dopaje. Aunque los diferentes organismos reguladores siguen trabajando para que el tráfico y consumo de sustancias y prácticas ilegales cese, cada semana conocemos nuevos casos de deportistas tramposos. Y el problema augmenta, porque ya no son sólo profesionales.
Ayer conocimos que la Federación Vasca de Ciclismo le retiraba la licencia por consumo de EPO a Raúl Portillo, un español que en 2018 se proclamó campeón del mundo Máster (M-40) en ruta y contrarreloj. Justo 7 días después de que la Agencia Estatal Antidopaje sancionara a Rubén Mena, un atleta popular que había participado en los Mundiales de Policías y Bomberos y que presuntamente también había utilizado sustancias prohibidas. Dos nuevos casos de aficionados al deporte, con sus respectivos empleos, que hacen trampas para mejorar unos resultados que probablemente no les harán ganar ningún dinero.
¿Qué les llevaría a recurrir a prácticas tan despreciables? Si ya es injustificable que un deportista de élite se dope para ganar competiciones internacionales y así mejorar sus recompensas económicas o conseguir mejores contratos de patrocinio, ¿cómo catalogamos lo que hacen estos amateurs? Es absurdo y ponen en juego su salud simplemente por una medalla y el pseudo-reconocimiento de amigos, familiares y seguidores en redes sociales. Todos esos inconscientes que pagan cualquier precio por ganar hasta a su vecino y todos esos insensatos que necesitan vencer haciendo trampas para sentirse admirados se están cargando eso que el resto tanto amamos: el deporte real, el verdadero, el puro. El que te hace sentir bien contigo mismo, el que te anima a explorar tus límites para superarte a ti mismo y el que te permite disfrutar con compañeros y amigos.