Joan Borras – Cuando lees las crónicas y escuchas las aventuras que explica la gente sobre el Triathlón EDF – Alpe d’Huez no te vienen mas que ganas de ir y probar tu cuerpo ante el gran reto que sabes te va a suponer. Así que cuando se me ha ofrecido la oportunidad no la he desaprovechado.
Junto con mi amigo e inseparable compañero de locuras Jordi Miranda hemos tenido la suerte de poder participar en esta 9ª edición y contar con el apoyo de la organización, especialmente agradecido con la figura de Nicolas Beck (@unpocodenico), quien aún a sabiendas de las limitaciones que tenía al trabajar lunes y viernes, accedió a esperarnos hasta la 1am para entregarnos la llave de nuestra habitación y asegurarse en todo momento que no nos faltase de nada.
A nuestra llegada a Alpe, ya nos empezamos a dar cuenta que no nos enfrentaríamos a un triatlón normal, pensamiento que no hace más que confirmarse con el paso de las horas. Para el martes había programada una charla técnica para la delegación española, seguida de una sesión de carrera a pie para reconocer el circuito. La tormenta que nos cayó encima obligó a anular la sesión de carrera y deslució la gran feria del corredor y actividades organizadas, pero el director de carrera, el gran Cyrille Neveu, ya avisó que para el día de carrera no habría inclemencia meteorológica que pudiese impedir a los triatletas el completar su carrera. La gente había venido a participar y el se encargaría que así fuera, he de reconocer que en ese momento no sé si el mensaje me tranquilizó o preocupó un poco.
Si algo he de reconocer a los organizadores es el gran despliegue, capacidad y precisión a la hora de prepararlo todo, con transiciones en distintos lugares y la abertura de boxes el mismo día de la carrera, solamente 2h30’ antes del inicio de la prueba, dando la opción a los participantes que dejasen todo el material en el lago y encargándose ellos de la subida del mismo a los boxes arriba en Alpe ya para la carrera a pié. Mención especial a los avituallamientos en el segmento de ciclismo, más parecidos a una marcha ciclista de lo completos que eran. Invitando a parar, comer, beber y hasta cambiarte de equipación en el avituallamiento especial del km 65.
Después de levantarnos a las 6 am para el preceptivo desayuno precompetitivo, nos encontramos con un panorama bastante descorazonador, frío y lluvia fina ya acompañándonos desde antes de la salida, parece que va a tocar tirar de épica (y de la ropa térmica que nos apresuramos a comprar en las tiendas el día antes ¡benditos novatos!). Dejamos las zapatillas de correr y bajamos en bici por el circuito que ha marcado la organización que nos permite acercarnos al lago sin necesidad de ir en coche. Ya una vez marcados y enfundados con el neopreno nos acercamos al lago, solo se permite entrar al agua 15’ antes, pero no hay prisa para quedarse helado ya que el agua se encuentra a 13º. Aunque la salida supuestamente se realiza desde dentro del lago, todos esperamos en la orilla. Los pocos (inconscientes) que han querido calentar, rápidamente han descubierto su error y han esprintado hasta la otra orilla a esperar el cañonazo de salida.
Nos lanzamos al agua y ¡oh!¡frío!¡me estoy congelando! Por la cremallera dorsal y cualquier sitio por donde se colaba el agua del lago noto una sensación desagradable que recorre todo el cuerpo y me impide pensar y mucho menos respirar, no llevo ni 50 metros y ya tengo que parar. Intento nadar a braza pero ni así, de forma que media vuelta y a nadar de espaldas. Se me va a hacer largo este segmento, a la que me vuelvo a poner en marcha el frío me enrampa gemelos y cuadriceps. Por suerte “solamente” en 46’, tambaleante y con la cabeza vete a saber donde, consigo salir del agua. Una eterna transición de otros 12’ (más de uno sentado en el suelo sin ser capaz de hacer nada) que deja ya a bien pocas personas por detrás de mí…y salto a la bici, ahora empieza mi segmento favorito.
El perfil ciclista consta de tres puertos principales y un toboganeo constante entre ellos, más un repecho especialmente duro a medio camino del segundo cuello. Nuestra subida al Col de Alpe du Grand-Serre estuvo marcada por la niebla que solamente deja ver la ladera montañosa (y alguna que otra fresa silvestre, aunque me apetezca mucho no paro a coger) y la llovizna en la bajada. En los quilómetros finales del Col d‘Ornon hace acto de presencia el temido viento, convirtiendo una rápida y sencilla subida en un pequeño infierno. Finalmente y tras la zigazeante bajada nos acercamos a la base de Alpe d’Huez y sus temidas 21 curvas, que vas coronando entre los ánimos de la gente y un ya constante dolor de piernas. No es hasta media ascensión que me reencuentro con mis amigos Jordi y Anna, siempre alegra el día verlos.
Tras una segunda y calmada transición en la que decido cambiarme los calcetines, nos enfrentamos a un duro trazado de 3 vueltas rompepiernas a más no poder, acumulando unos 200 m D+ por vuelta. Aquí la dureza de la prueba ya ha hecho mella en la mayoría de los participantes, las caras no reflejan la alegría de la mañana y son pocos los corredores que consiguen no tener que andar en algún tramo del circuito. Este segmento se me hace bastante extraño, corriendo a casi 2.000 metros de altitud, pero con unos paisajes espectaculares y recibiendo los ánimos y el calor de los voluntarios, familiares, amigos y visitantes al grito de “allez! Courage! Bravo!”, siempre bajo la lluvia intermitente que nos acompañó durante toda la carrera.
Al cruzar la línea de meta nos aguardaba una última sorpresa: bañeras de hidromasaje con agua fresquita, amén de los indispensables platos de fruta, pasta y una buena cerveza fría!
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